La igualdad socialista no sólo es utópica sino también perniciosa, tanto en el sentido moral como en el sentido práctico y se gesta en uno de los sentimientos más denigrantes que un ser humano puede experimentar: la envidia. Ésta es motivada por el arribismo profundo de personas con un marcado complejo de inferioridad que, clasistas y empinadas, desprecian el esfuerzo de los demás y lo vuelven inútil.