¿Es el libre mercado intrínsecamente pernicioso para la identidad europea?

Sebastián Vera

¿Es contradictorio ser un defensor de la identidad europea y a la vez defender el libre mercado?

La hegemonía cultural de la Izquierda ha tenido un gran éxito en todo el mundo, llegando incluso a penetrar mediante palabras y conceptos las filas de aquéllos que, en teoría, deberían oponerse encarnizadamente a su proyecto globalista e igualitarista. Estas mismas personas, en realidad, se adhieren a ciertas ideologías  injustamente vilipendiadas por un lado, pero también altamente mitificadas por el sector propio que, en su misma génesis y en palabras de sus mismos dirigentes o ideólogos, se adhieren o bien a un marxismo de carácter estrictamente nacional (lo cual los haría simpatizar necesariamente hoy en día con los regímenes de Corea del Norte, Cuba y, aunque guardando las proporciones, Venezuela y Ecuador); o bien, se basan en esas ideas demasiado vagas y nostálgicas respecto a una supuesta edad de oro medieval que se desintegró brutalmente con la llegada del liberalismo (clásico), como cuando las tropas de Saruman devastaron los bosques de la Tierra Media. A esos identitarios que, por desconocimiento de filosofía política y teoría económica, le tienen fobia a las ideas de la libertad, va dedicado esto.

Comencemos desmitificando.

El capitalismo es la causa de que los pueblos del mundo pierdan su identidad y de que los humanos se deshumanicen, transformando la sociedad de una “comunidad de espíritu” a una simple colección de átomos individuales.

En términos simples, el capitalismo se define como la propiedad privada (o sea, que la gente común y corriente pueda ser/sea dueña) de los medios de producción. Socialismo correspondería, entonces, a la propiedad estatal (o colectiva, como la llaman los seres de luz que creen que el Estado somos todos), mientras que el Estado «es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.»[1]

Eso es todo. El Estado no es un ente abstracto y metafísico omnipresente provisto de toda la sabiduría del mundo. No. Son personas de carne y hueso, y esas personas no somos nosotros. Así que téngalo en consideración la próxima vez que piense que algo deba ser estatal o que deba ser solucionado por el Estado. Lo otro –lo de andar a los codazos, de ser mala persona, etc.– tiene que ver con la gente, no con quien tiene la propiedad del capital. De ese tipo de gente hay tanto en un sistema capitalista como socialista.

Mercado: Personas trabajando, produciendo, comprando y vendiendo.

Libre mercado: Personas libres trabajando, produciendo, comprando y vendiendo libremente.

Capitalismo de compadres + Estado poderoso: amplias facultades que les facilitan el juego a las transnacionales y a las empresas “nacionales” (ambos tipos con intereses globalistas) que financian campañas a sus políticos y que no funcionan facilitando la vida a la población local. Como hay intervención estatal, en economía se habla de “el gran vacío de la mitad”, o sea, hay unas pocas empresas que tienen el oligopolio, muchísimas empresas precarias, y pocas PYMEs. Esto, por supuesto, es sin discusión alguna un destructor de identidades.

Puede así hablarse de un capitalismo (como se explicó, palabra referida al hecho de que los medios de producción, es decir, del capital, es decir, de aquello que produce otros bienes, en contraposición a los bienes de consumo –aunque esta clasificación ya esté cayendo en desuso por vaga–, sea propiedad de privados) sin libre mercado y otro de libre mercado.

Capitalismo de libre mercado o libertario: Como el Estado no tiene facultades para intervenir, y los políticos y funcionarios estatales son pocos y tienen facultades limitadísimas, no poseen acceso a un botín que repartirse. Tienen éxito las empresas que mejor satisfacen las necesidades de las personas. Preeminencia del pequeño comercio (recordar mutualismo y sociedad de pequeños productores de Proudhon). La sociedad se basa en contratos, es decir, en acuerdos voluntarios (de lo que sea, no necesariamente en lo que se refiere a negocios) con obligaciones recíprocas. Por lo tanto, la sociedad se basa en la cooperación y en el beneficio mutuo. Como escribió el economista alemán Ludwig Erhard, responsable del milagro económico alemán después de la Segunda Guerra Mundial, “la palabra libertad y la palabra social se cubren mutuamente, pues mientras más libre es la economía más social es.”[2] Acá las partes son legisladoras (Artículo 1545 del Código Civil chileno: Todo contrato es ley para los contratantes y no puede ser invalidado sino por consentimiento mutuo o por causas legales. Andrés Bello, redactor del Código, era liberal y el precepto citado es un buen ejemplo de ello). Así que, son las mismas partes las que hacen sus leyes.[3]

Entonces, ¿en un país/continente como el nuestro (América del Sur), con Estados de naturaleza y génesis mestiza generalizadora y bastardizadora (colectivista)[4], existe algo más consecuente para intentar salvar la identidad europea que el libertarianismo, con todo lo que ello implica? El mismo Erhard lo explicaba, sin querer, muy bien:

… tú, Estado, no te metas en mis asuntos, sino que dame tanta libertad y déjame tanto del producto de mi trabajo como para que yo pueda determinar mi destino y el de mi familia.[5]

Filosóficamente hablando, lo que beneficia a la identidad europea es precisamente aquéllo que aparta a los individuos de ese grupo racial/étnico de cualquier elemento colectivista que les pueda inculcar un sentido de pertenencia a unas «naciones» que no son tal. ¿Cómo podría ser eso posible con, por ejemplo, un sistema educacional completamente estatizado[6] en donde desde las cúpulas gubernamentales se determinan los planes educativos, considerando que, durante ya más de doscientos años, el Estado chileno ha intentado, principalmente a través de la educación, homogeneizar a todos los habitantes de este territorio con la denominación completamente privada de un sustento étnico definido como es “ser chileno” o “lo chileno”?

Por lo tanto, no, la “postura libertaria” (de la cual el capitalismo, como se explicó al principio mediante la definición del mismo, es sólo una de las tantas consecuencias) e identitaria blanca no es un oxímoron.

El libre mercado elimina las relaciones orgánicas en un grupo humano, destruyendo, debido a su naturaleza intrínseca, las posibilidades de existencia de una identidad blanca comunitaria y auto-consciente al ser propia y esencialmente contraria a la amabilidad necesaria para aquello.

Eso simplemente no es cierto. Se ha instalado ese romanticismo de pensar que en la sociedad feudal y caballeresca medieval la gente era amable, noble y bondadosa. Nada más lejos de la verdad: todo indica que el trato hacia los estamentos que eran intrínsecamente inferiores era terrible, al nivel del trato de los normandos con los sajones en Ivanhoe. Recordemos que existía el derecho de pernada. ¿Qué altruismo es ese? En un sistema de libre empresa por lo menos se está obligado a ser amable para poder sobrevivir en el mercado. Los emprendedores no tratan a los clientes con un “¿Qué quieres ahora, persona idiota?”[7] Todo lo contrario, por lo menos si quieres tener éxito.

Notas.

[1] Weber, Max; La política como vocación

[2] Erhard, Ludwig; Das Prinzip der Freiheit

[3] De Tocqueville, Alexis; La Democracia en América

[4] https://pancriollismo.com/2015/07/30/el-falso-concepto-del-estado-y-el-pago-de-los-hijos-por-los-pecados-de-los-padres/#more-3687

[5] Erhard, Ludwig; Wohlstandfur.

[6] Atria, Fernando; José Miguel, Benavente; Couso, Javier; Larraín, Guillermo y Joignant, Alfredo; El Otro Modelo

[7] https://www.youtube.com/watch?v=JSMP7S1jzCA

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