
No hay que estar muy interiorizado en el mundo de la política para notar que el apellido Trump está siendo nombrado de manera tan frecuente y tan incisivamente repetitivo, que ya podría considerarse que está jugando un papel símil al de una “vieja confiable”. En el pasado (octubre 2018), planteé en el desaparecido sitio Letras Libertarias que Bolsonaro es el nuevo Trump, y Trump es Hitler 2.0, debido a que este último ha pasado a ocupar el nicho de maldad suprema y absoluta antítesis de todo lo bueno que ocupara Adolf Hitler en algún momento de la cultura popular.
Así, la inanición argumentativa en la que se ha ido sumiendo el mundo progresivamente ha ido metamorfoseando a las falacias, para actualizarlas con la misma venenosa liviandad que en el pasado, por lo que nos enfrentamos hoy a un nuevo siglo donde la falacia reductio ad Hitlerum dio paso a la falacia reductio ad Trumpium. Adolf Hitler es cosa del pasado, un mal lejano y oscuro, perdido en Neuschwabenland pero que encarnó hoy en la figura de Donald Trump: desde las cervecerías de München hasta los altos rascacielos de New York, el summum malum está presente para ser citado, referenciado y temido por quien quiera posicionarse como el “bueno” de la historia contemporánea, es decir, el que se arrogue de las bondades (?), bendiciones (??) y virtudes (???) de la democracia.
Todo populismo me parece peligroso e indeseable (aunque, claro, puedo perfectamente hacer el ejercicio de revisar y aceptar que hay populismos más peligrosos e indeseables que otros), incluso aquellos populismos con los que podría compartir ideas: las mismas mayorías que empujan hacia un lado (atropellando lo que puedan encontrar a su paso y que las separe de la concreción de sus deseos) podrán, como un cardumen de anchoas, empujar en otra dirección si es que sus deseos, aprehensiones e intuiciones lo dictan. Sin embargo, el día de hoy, el populismo ha pasado a ser una amenaza terrible, aunque también bastante carente de definición por parte de la mayoría de sus detractores – en especial aquéllos que terminan recurriendo a la vieja confiable Donald Trump para indicar la presencia de la lepra política (o antipolítica) en algún personaje desagradable o que resulta de incomodidad.
Últimamente, se han hecho más y más frecuentes las menciones a Trump cuando se hace referencia a Pamela Jiles, acusándola también de populismo puesto que, como Donald Trump es el mal y es populista, y el populismo es enemigo de la democracia liberal, entonces Pamela Jiles, al ser comparada con Trump, también sería populista. ¿O no?
El populismo apunta más a una forma que a un fondo, razón por la cual es limitado afirmar que los populismos de izquierda y derecha apuntan a lo mismo tan sólo por tener una que otra semejanza en su forma. No obstante, y entendiendo que uno puede comparar cualquier cosa y a partir de eso encontrar similitudes –como, por ejemplo, el color de pelo entre Pamela Jiles y Donald Trump–, comparar no sería nada del otro mundo si no llevara implícita una maliciosa y falaz carga, que es la de prácticamente establecer que A es igual a B: ya que como A se parece en algo a B, entonces A será como B. El problema está en que, afortunadamente, Pamela Jiles no es populista, sino demagoga. De esta manera, Beatriz Sánchez (y otros tantos por ahí, según he leído en RRSS) podrá hacer las comparaciones que quiera (es libre de eso… aún), aunque parece no entender que hay una diferencia conceptual que separa el asunto en un agua y otra.
Mientras el populismo hace como un gran canal discursivo de ideologías de cualquier sector del espectro, Pamela Jiles se abandera por causas que pueden y resultarán desastrosas en un futuro no muy lejano y definitivamente utiliza a las masas para presionar por estas causas hasta que se vuelvan concretas. A todas luces, estamos frente a prácticas políticas consistentes en la apelación a los instintos de deseo y de prejuicios populares.
En el libro V de Política, Aristóteles definía al demagogo como un adulador del pueblo; no se apela al cuerpo cívico en su totalidad, sino a las masas menos preparadas y, por ello, más vulnerables a las falsas promesas. Para sintonizarse con este género de auditorio, los líderes políticos deben descender a su nivel, simplificar el mensaje, adaptarse incluso en el lenguaje, en la posición, en los gestos al modo de ser de la «gente común» (Pazé, 2013). Lo anterior también puede ser visto parcialmente en el populismo puesto que éste habla a las masas populares en términos de su propia cultura, aunque también las posiciona contra las elites, algo que Pamela Jiles, por alguna razón, todavía no ha hecho, probablemente por no contar con una masa crítica para llevarlo a cabo. Un demagogo es aquel que explota sistemáticamente las emociones y pasiones de la conducta humana para hacerse del favor de las masas, es decir, el meme de Pamela Jiles.
Con astucia, y aprovechándose de los sueños de «los nietitos», «la Abuela» ha posicionado ideas — que provenían de las sombras — en la luz, logrando canalizar un ejército de cuerpos sin órganos lo suficientemente numeroso para hacer eco de sus promesas, pero lo insuficientemente numeroso para hacerse con el poder, el que probablemente no desea pues deja a quien lo detenta en una posición incómoda, a diferencia de la posición de quien está en la Oposición y que puede darse el lujo de clamar propuestas irresponsables que dejen heridas (¿mortales?) en sus adversarios políticos.
No hay mucho de Trump en Pamela Jiles, salvo quizás algún tenor en su discurso y disposición a usar las redes sociales como arma, así como su manera de hacerlo, por lo que recurrir al reductio ad Trumpium al hacerse referencia a ella no sólo sería incorrecto respecto de los conceptos que estarían involucrados, sino que sobreestimaría el potencial de Jiles en relación a su impacto en las masas y la disposición de éstas a seguirla, como ocurrió con Donald Trump. Por fortuna. Y no por fortuna por un anhelo defensor de la democracia liberal como tal, sino por el anhelo de no ver el avance ciego y avasallador de los deseos de las masas alimentados con iniciativas irresponsables y utópicas, puesto que más peligroso que el populismo, es el populismo devorador e imprudente.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
Pazé, V. (2013). «La demagogia, ieri e oggi». Meridiana, (77), 67-81. http://www.jstor.org/stable/41959138