La raza como una navaja de Occam

Francisco JavGzo

A excepción de unos cuántos con complejo de ser “el malo” (los mismos que sienten algún tipo de placer cuando los acusan también de intolerantes, xenófobos y homófobos), por norma general en las sociedades occidentales a nadie le gusta ser acusado de discriminador, ya que la discriminación es tomada como algo negativo, y nadie quiere ser acusado de algo negativo, a menos, claro, que pertenezca al grupo mencionado al comienzo.

La palabra racismo tiene una carga innegablemente negativa, y así también la palabra de la cual ésta proviene – raza. La propaganda antinazi posterior a la SGM ha hecho lo suyo, y toda iniciativa o perspectiva que incluya la raza como elemento importante (ni siquiera principal, puesto que sólo mencionarlo como algo relevante es suficiente) puede ser y ha sido atacada como intrínsecamente perversa. En la lucha por el descrédito del racismo (y de la raza, también, a la que se la ataca como un concepto poco serio y hasta no-científico) para hundir definitivamente a las ideologías anti-democráticas y totalitarias de la Vieja Derecha, i.e, estatismos fascista y nacionalsocialista, se ha perdido la capacidad de analizar objetivamente el pasado, y actualmente se habla de asuntos de migración de manera donde la identidad racial de los pueblos migrantes es ignorada, y la atención sólo se concentra en el hecho de ser migrante, como si no existieran mayores diferencias en las migraciones según su raza.

Me gusta hablar de realismo y, a partir de eso, de todos sus derivados, incluyendo el realismo cultural, económico y racial. Realismo cultural es la visión que permite reconocer que si instalamos semáforos en países del tercer mundo no se resolverá el caos vial por arte de magia. El realismo económico, por su parte, nos ayudará a comprender por qué el tiempo de vida de un estado benefactor es tan limitado y por qué éste terminará colapsando inevitablemente en medio de un gran caos social, hambruna, desastre fiscal y endeudamiento externo. Realismo racial es la perspectiva por la cual podemos matar toda idealización basada en el igualitarismo y dejar de exigir que los pueblos actúen de acuerdo a ciertos estándares como, por ejemplo, pretender que ciertas tribus africanas tengan los mismos resultados en pruebas de inteligencia que algunas poblaciones en China. Tal como mencioné, realismo es lo contrario de idealismo, y en él mueren todas las esperanzas basadas en deseos ardientes sobre una realidad que no es.

Gulielmus Occamus (latinización de su nombre) fue un fraile franciscano que, en tiempos donde habían muchos discutiendo por el sexo de los ángeles, propuso el principio de parsimonia (conocido también como la navaja de Occam)– Frustra fit per plura quod potest fieri per pauciora – que, en resumidas cuentas, plantea que la explicación más simple y suficiente es la más probable, si bien no necesariamente la verdadera. No es irrefutable, pero ayuda a visibilizar lo obvio frente al pantano de elementos distractores en los que solemos entramparnos para ofrecer una explicación.

La sociedad presenta una gama inmensa de problemas, y dependiendo de la escuela, es decir, del filtro con lo que éstos son mirados y abordados, serán entendidos como un asunto de “<ingresar campo aquí>”. Por ejemplo, si vemos el asunto desde una perspectiva marxista, entenderemos que la sociedad, y todos los problemas sociales, se desprende de las relaciones de producción, por lo que una y otra vez se tratará de explicar que todo pasa a través de una dinámica de explotador/explotado, lo cual podrá ser resuelto por medio de la lucha de clases.

Hablar de raza y etnia como una manera de explicar la causa de los fenómenos sociales y de la sociedad en sí misma, hoy en día parece, por un lado, sumamente incorrecto. Sin embargo, estudios serios demuestran que sí existen diferencias entre los grupos humanos, pese a que exista un esfuerzo gigantesco por desprestigiar y desacreditar investigaciones que tiendan a confirmar las diferencias entre grupos humanos, en la misma manera en que son atacados y cuestionados los estudios que reflejan diferencias en los coeficientes intelectuales de hombres y de mujeres. Lo anterior es debido a la difundida creencia de que al confirmarse las diferencias entre grupos humanos, pueden existir brotes de odio. No obstante, en esta afirmación se ignora un hecho: los seres humanos nunca han necesitado de estudios ni investigaciones para levantar antagonismos, ni tampoco han bastado estudios ni investigaciones para derribarlos. Las diferencias raciales y étnicas –sea cual sea la seriedad con la que sean vistas por parte de la comunidad científica o la validez con que éstas sean presentadas– son una realidad que trasciende a los objetivos de cualquier agenda. De esta manera, pese a todos los esfuerzos que puedan ser desplegados para refutar la presencia de diferencias entre dos grupos humanos, claramente los grupos humanos seguirán siendo observantes de estas diferencias.

A pesar de las luchas ideológicas para declarar obsoleta a la raza como idea, ésta existe. La raza es una realidad.

Si, más allá de la creencia del individuo, podemos dar cuenta del efecto que tiene la diferencia racial y étnica en las relaciones sociales, ¿por qué no incluir esto en el análisis de la sociedad? Ignorar el factor racial y étnico supone elaborar complicadas explicaciones para fenómenos que se experimentan en las relaciones sociales los que, sin desdeñar el peso de estas investigaciones e hipótesis, suelen ser demasiado enredadas para entregar una explicación simple a la sociedad que busca más la solución a los problemas que conocer las intrincadas tramas que subyacen a los conflictos.

Principio de parsimonia: el grupo de inmigrantes B tiende más a las conductas violentas que los grupos de inmigrantes C, D y E, y aún más que la población huésped A. Podemos explicar el problema por medio de complejas relaciones sociales, históricas, culturales, etc. (que, sin duda, también intervienen en la ecuación), o podemos atribuir lo que vemos como obvio, pero se tiende a ignorar por su obviedad e incorrección: el grupo de inmigrantes B posee una identidad racial y étnica con baja tendencia al atraso de la satisfacción, mayor impulsividad y niveles hormonales diferentes a los grupos A, C, D y E. Probablemente, los demás factores también intervienen en la baja compatibilidad entre la población inmigrante B y la población huésped A, pero el factor racial y étnico fue determinante, y no sólo eso, sino fue la primera explicación lógica para el problema que se vislumbraba.

Quizás responder a una problemática con la raza como una navaja de Occam no siempre sea lo más exacto ni sea lo único, pero ante la cada vez más frecuente realidad de las sociedades diversas, es mejor integrar a la raza en el análisis, en vez de partir de supuestos ideológicos donde ésta no existe, mientras alrededor del mundo se levantan disturbios raciales, se producen brotes de criminalidad asociado a flujos poblacionales ajenos al país huésped, entre otros resultados de los procesos sociales asociados al multiculturalismo.

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