No sé si el progre es un ser completamente inocente o sencillamente obedece a leyes lógicas desconocidas. Me sorprendí mucho el otro día al ver que difundían en las redes sociales esta fotografía de niños de Mali (uno de los países más pobres del mundo, por cierto) apoyando la reforma educacional chilena. Dudo que esos niños entendieran lo que estaba escrito en su pizarrón y espero que no aspiraran a que el dinero que se gastaría en educación universitaria «gratuita» para los jovencitos chilenos, les daría agua y comida eternamente, si tal reforma fuese realizable — cosa que no es.
Podría interpretarse esta fotografía como de una crueldad infinita, pero yo no lo veo así. No creo que el progre tenga la menor conciencia de lo que esta foto significa porque simplemente tiene pajaritos en la cabeza. Esta inocencia propia del joven burgués, no le permite ver lo aberrante de esta fotografía y si se le plantea utilizar el dinero de la reforma tributaria en alimentar a estos niños, probablemente no estaría de acuerdo. Así es, la igualdad sólo se aplica puertas adentro, con los miserables o hambrientos extranjeros se acaba la “buena onda”. Sin embargo no son capaces de entender que un liberal quiera alimentar a su familia y no al resto del país; para esos efectos sí somos todos «una gran familia», para Mali no. La argumentación moral para justificar tal infinito egoísmo (porque ellos son personas de gran altura moral) sería que la educación universitaria que ellos recibirán, luego servirá para ayudar a África. Como si habiendo egresado de la universidad fuesen a acordarse de los pobres; como si sus estudios de arte o teatro, carreras muy apetecidas por el progre, sirvieran de algo en la lucha por la erradicación de la pobreza. Entonces progre argumentaría que el arte sirve par denunciar la pobreza o para hacer una crítica a esta sociedad individualista. No imagino actividad más individualista que la artística… pero ese es tema para otra columna que titularía: «Comiendo canapés y haciendo crítica social en la inauguración de mi expo».
El progresista pertenece a una élite acomodada que se considera elegida y llamada, dada su alta cultura, a escoger lo mejor para las criaturas desafortunadas e imberbes que serían las clases inferiores. Ellos, los no tan educados, no tienen la capacidad intelectual para elegir por sí mismos, por lo que el progresista les habla con demagogia y populismo para ganárselos y darles lo que él considera bueno para ellos.
El progre, como buen millenial acomodado, no sabe lo que es “pasar pellejerías” y, además de ser megalómano, tiene un gran complejo mesiánico. Así es como deja fluir su sabiduría e iluminación de la nueva era por la redes sociales: “Si sufres todos los lunes y añoras el fin de semana, tal vez es hora de que te cambies tu trabajo por uno que te guste”. Eso suponiendo que todos pueden darse el lujo de dejar tirado el trabajo para dedicarse a una actividad más grata. También nos deja otras enseñanzas u ordenanzas tales como no comer comida transgénica, cultivar en tu patio (porque todos tenemos grandes patios en la realidad progre, y tiempo para cultivar — sobre todo tiempo) o, por último, comprar productos orgánicos por internet (porque “a quién no le alcanza para comprar comida especial por internet”, piensa el progre). Así mismo su ética nos obliga a comprar productos de limpieza orgánicos, ropa de fibra natural y nada de plásticos; es un poco más caro pero hay que ver por el futuro del planeta: “pan para hoy, hambre para mañana”, reza en su visionaria imaginería. Igualmente ordena, con amor e iluminación, no comprar en el retail sino en las tiendas pequeñas de barrio. Adora todo lo antiguo, rural y incluso añora la prehistoria que no imagina como un lugar inhóspito, sino como el paraíso terrenal. Si bien en la tienda de barrio el precio obviamente es mayor que en el retail, vale la pena pagar más por rescatar el barrio, la industria local y sobre todos, ayudar a derrotar a las corporaciones que el progre considera el gran enemigo. Igualmente critica a quienes venden sus antiguas casas nobles para la construcción de edificios de departamento. Qué importa si el dueño es un anciano que ya no puede mantener esa casa o que quisiera gastarse ese dinero en algo más. Nada es suficientemente importante como para arrebatarle al progre el goce de pasear por un barrio de aspecto más “europeo”, pues otra cosa que adora y admira el progre, es el viejo continente. En fin son muchos los ejemplos que podría dar, pero ya se entiende la idea.
Entendiendo el nivel de fantasía de este personaje, no es de extrañar su insistencia arribista en compararse con Finlandia u otro país desarrollado que nos quintuplica en PIB per cápita y nos lleva años luz de ventaja cultural, en vez de compararse con el resto de Latinoamérica, nuestra realidad, o con nosotros mismos unos años atrás. Incluso cree que Chile es especial porque sufrió una dictadura, porque hay terremotos y tiene ese aire “europeo” antes mencionado que sólo él percibe. Tal vez eso lo confunde y lo hace compararse con países blancos y ricos. (Probablemente, sí hay espacios exclusivamente blancos y ricos: los suyos.) Tal vez eso es lo que lo hace despreciar todo lo que nuestra libertad de mercado nos ha dado. Desprecia que la pobreza se haya reducido de un 45% a un 11,7% en los últimos 25 años; que la mortalidad y desnutrición infantil, antes altísimas, hoy tengan el rango de un país desarrollado; que casi todos se han alfabetizado y terminan el colegio; no valora que tengamos la mejor educación de Latinoamérica, pleno empleo, las mejores cifras en general, ni tampoco que nuestra constitución liberal nos haya permitido crecer mucho más que nuestros vecinos. No aprecia que tengamos uno de los índices de desarrollo humano más altos del mundo y las ciudades con mejor calidad de vida de Latinoamérica. No se da cuenta de que todos nuestros compañeros latinos migran hacia Chile y no al revés, siendo éste un lugar tan terrible para vivir desde el punto de vista progresista. Al contrario, desprecia nuestros logros y aspiraciones por ser de país «pobretón», aunque se supone que son «los amigos de los pobres». El discurso sabio y mesiánico socialista, en cambio, le queda como anillo al dedo. Él no cree que el socialismo chileno sería como el cubano o venezolano, no: el progre es tan inflado e iluso que cree que puede tener un Estado de Bienestar como los europeos. Además, se hace el ciego respecto a que el Estado de Bienestar llevó a los nórdicos a la quiebra en los 90 y cuando necesitaron “hacer caja”, liberaron su mercado, alejándose del sobrevalorado socialismo, que arruina sistemáticamente los países hasta dejarlos sin un peso. La economía de mercado no es lo suficientemente elegante para Europa; trabajar es de pobres tú sabes. Europa ya no puede darse más el lujo de ser progresista y se ha visto en la obligación de bajar los impuestos para estimular la inversión. Mientras tanto, nuestro gobierno progre no sólo los sube, sino que realiza reformas tributarias fuera de la realidad, porque cree que disfrazándose de europeo (mientras dure la plata ajena) se va a desarrollar por arte de magia. Pero bueno, el progre es así, vintage, le gusta Suecia de los 70 no 2000, es artista, excéntrico. La pregunta es, ¿con qué plata pagaremos sus excentricidades?