Ley Mordaza en Chile: prohibido ser ‘facho’

J Cristóbal Demian

Algo extraño sucede en La Moneda o, mejor dicho, ha sucedido los últimos cuatro años. Lo cierto es que durante los dos años intermedios del actual mandato el gobierno y su coalición recibieron golpe tras golpe y su hundimiento no era sorpresa para nadie; es más, la carrera presidencial se anticipó y tampoco sorprendía que las cúpulas de la Nueva Mayoría no tuvieran respaldo popular y se tuviera que echar mano al comodín Guillier, el bonachón de barbita que leía las noticias.

Tal como si fuera una escultura horrenda, pero simétrica, este período presidencial se inauguró con grandes reformas en su primer año y resistió estoicamente la impopularidad para despedirse el último con un montón de leyes emblemáticas avocadas al espectro cultural tales como el aborto en tres causales, el matrimonio homosexual con adopción y la tipificación del delito de incitación al odio. Pasó a medias una retroexcavadora económico-institucional en un comienzo y ahora quiere pasar la retroexcavadora valórica para dejar cumplido un rol histórico.

Es cierto que el gobierno de Michelle Bachelet será recordado como un trago amargo, pero si yo fuera un acérrimo seguidor de sus ideas me declararía satisfecho, ya que tales transformaciones en un país adepto a los beneficios del capitalismo como este y conservador a la vez son parte de la maduración legal de un proceso de izquierdización cultural que iba a requerir sí o sí un gobierno mártir para que las nuevas generaciones -del Frente Amplio probablemente- puedan “ir por más”, normalización de parafilias, estatización de la educación sexual, aborto libre, relativización de los derechos de propiedad para su colectivización, y muchas otras ideas que escritas en conjunto parecen extraídas de un manual ideológico de Rusia en los años 20, y es que este subproducto de la mente de Fernando Atria y del puño de Guillermo Teillier tienen que ver con este proceso, porque los cambios revolucionarios son un proceso, y los gobiernos se asumen pasajeros, y la derecha ilusamente cree que ajustando unos números por los próximos cuatro años está jugando en igualdad de condiciones.

La ley que tipifica la incitación al odio es un listón que pretende poner un cierre a las mentes obsoletas, desde ahora en adelante es meritorio de cárcel poner en entredicho el paraíso terrenal que prometen las fuerzas progresistas que han venido mintiendo por décadas en el mundo sobre las condiciones presuntamente iguales de la naturaleza humana como colectivo, no nos engañemos, mirémonos de frente y asumamos las cosas como son, esta ley tiene un objetivo ideológico y político súper claro, deja de ser “facho”, se trata de una regulación al pensamiento, la entrada del paternalismo en el comportamiento de la sociedad civil, pues no sólo será siempre incierto qué califica en esa pueril y caricaturesca figura que llaman “odio” sino que es evidente que sólo funciona hacia un lado ¿por qué? Porque son leyes que buscan reparar de forma dialéctica los daños que han recibido los sectores que buscan ser incluidos en la hegemonía del socialismo, los oprimidos, y pueden echar un vistazo en lo que han sido leyes similares en el mundo, donde los grupos “privilegiados” como los hombres, los blancos y los heterosexuales rara vez pueden hacer valer leyes de incitación del odio hacia ellos, por dar un nefasto ejemplo, ya que en las sociedades capitalistas liberales el trato pragmático entre privados negros, blancos, cristianos, musulmanes, gays, heteros, delgados, gordos etc., tenía mucha mayor relación con el valor de lo que el individuo entregaba, mientras que las odiosidades en estos aspectos son explotadas solo por la izquierda como base para su agenda política y el desfalcamiento fiscal por parte de sus elites.

Por su parte, aquel mundo “maligno” ante los ojos de todos llamado “la derecha”, que es un espectro amplio de ideas tiene de todo, desde antisociales a intelectuales y científicos (pero todos empiezan a caer en el mismo saco), la mayoría de los políticos de derecha en Chile son entreguistas y se contradicen con argumentos ridículos, pero ante todo son políticos y se mantienen siempre con un fuero especial. El yugo de ser facho cae sobre el camionero, sobre la señora del barrio, sobre el profe católico y principalmente sobre el investigador de los hechos, el que pone en duda las medidas progresistas y tiene el valor de ponerlo en el tapete. No se trata de si llaman efectivamente al odio y al crimen, sino que la sola idea de su existencia atenta contra este orden de la corrección política, se trata de una presión elitista que aburre, porque si miramos lo que pasa en el mundo es precisamente lo contrario lo que se consigue, alguien del primer mundo dijo por ahí “ser conservador es el nuevo punk”; no se quejen cuando venga una reacción: el mundo es cíclico y Chile no tiene por qué ser una excepción.

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