Anteojos para la miopía de Felipe Schwember

Francisco JavGzo y Nicolás Palma

Publicado originalmente en Letras Libertarias.

Desde hace ya varios meses que se habla de la temida y vilipendiada Alt-Right en Chile (que en realidad se trata de su versión light, aquella ventilada por Hillary Clinton), pero curiosamente quienes más le han prestado atención no han sido sus declarados oponentes ideológicos de la izquierda progresista sino más bien un pequeño grupo de “liberales de centro”, que les han dedicado sucesivas columnas y/o comentarios en redes sociales. En esta paranoia cuasi-necesaria para reafirmar una identidad que a veces tiembla (algo así como ser straight-edge), algunos han comenzado una caza de brujas, denunciando a los suyos de “entristas”, falsos y hasta de infiltrados.

Y es que al parecer no es tan relevante para la causa de la libertad que el Frente Amplio ya se esté reagrupando para estatizar el agua, tomarse las calles y las universidades, o que el Partido Comunista ostente importantes posiciones de poder dentro de los sindicatos de trabajadores o del colegio de periodistas; lo importante es pelear con un insignificante grupo de trolls. Quizás para subirse el ego —pegarle al epicentro de todos los males es fácil y permite situarse en el pedestal de la moral— estos “liberales de centro” dedican importantes recursos en distanciarse del mal. Es lógico que nadie quiera acercarse al mal y haya que huir de él como si fuera la peste.

Pero no nos adelantemos. No tanto.

¿Habrá centroderecha para rato?

En la columna “Hay centroderecha para rato”, publicada originalmente en el Diario Financiero[1], Axel Kaiser, director ejecutivo de la Fundación Para el Progreso, analizaba sobre la favorable situación para el presidente electo, y cómo las expectativas que tenía la ciudadanía en la centroderecha deberían ir siendo satisfechas para extender esta favorabilidad en el mediano plazo. Y una de esas expectativas de la ciudadanía respecto del nuevo gobierno es que  éste otorgue una solución a la Cuestión Inmigratoria.

La izquierda, con Bachelet, cometió el suicidio político -y, como diría Zizek, antidemocrático- de dejar entrar una migración totalmente descontrolada, especialmente de haitianos, que está cambiando dramáticamente la fisionomía social y cultural de nuestro país y que, si somos francos, implicará enormes e incumplibles desafíos desde el punto de vista de su integración.

Más que como una cuestión netamente ideológica —es  decir, de las ideas— Kaiser aborda el asunto desde lo político, es decir, en relación a cómo las ideas son implementadas en la realidad. Y la realidad es que existe actualmente una inmigración que aparentemente parece estar por encima de toda regulación. Más allá de todo filtro ideológico que considere esto bueno o malo, el hecho es que está ocurriendo. Como respuesta a las palabras de Kaiser (y también de otros), Felipe Schwember publica en El Líbero la nota “De la miopía al fascismo cultural: La derecha “Alt-Right””[2], donde argumenta en favor de las fronteras abiertas y denuncia al “fascismo cultural” en el que estarían incurriendo algunos liberales no-tan-liberales.

Para gente como Felipe Schwember y Benjamín Ugalde[3], la llegada de inmigrantes en ausencia absoluta de restricción es algo positivo y deseable en toda sociedad libre. Otras personas, como Thomas Sowell y Lew Rockwell, consideran que la política de fronteras abiertas atenta contra la armonía de la sociedad libre. La inmigración masiva —ante la cual algunos esgrimen cifras para argumentar que, en realidad, no es tanto el número de individuos que entran— es un hecho.

Cuando se habla de las bondades del cosmopolitismo liberal debemos entender también que no existe la forma en que un cambio en un ecosistema no genere alteraciones tanto negativas como positivas. Al creer que una acción no produce alteraciones en el medio no sólo se está pecando de inocente, sino también de irresponsable. Por esta razón, lo más exacto es hablar de grados de impacto que sencillamente hablar que no existen impactos. Más aún, cuando se habla de las bondades del cosmopolitismo liberal es porque efectivamente se reconoce que existen efectos colaterales positivos. El problema es que hay un rechazo a aceptar que el cosmopolitismo liberal también tiene efectos colaterales negativos.

Como toda dinámica de flujos que entran o salen de un sistema, si los mercados son abiertos y las finanzas circulan libremente, estos producen cambios que pueden ser positivos o negativos. En términos generales, podríamos decir que económicamente el libre flujo de las finanzas ha tenido un impacto mayormente positivo en las sociedades. Sin embargo, creer que porque las finanzas al circular libremente causan impactos mayormente positivos, la libre circulación de las personas necesariamente traerá impactos positivos también. Eso es un tanto especulativo. Las personas no son finanzas, por lo que la libertad de circulación de ambas no puede ni debe ser abordada de forma símil, y no por un tema moral, sino porque ambos están enmarcados en planos distintos y con contextos diferentes.

Una falla de la ortodoxia liberal es desconocer la naturaleza humana, primero, y la naturaleza de las sociedades y conglomerados humanos, después, aunque relacionada con la primera. Ante esto último, muchos recurren a su “vieja confiable”: el liberal no es colectivista, y cree que el juicio debe ser al individuo. El problema es que cegarse y negarse a la generalización de los grupos humanos –por considerar a esta caracterización ‘colectivista’– no hace que dichas características de la especie humana necesariamente desaparezcan. Peor aún, cegarse a este aspecto de la realidad es aumentar el error en la explicación y en la interpretación. Sólo para ser imparcial, menciono que esta ceguera se da en todos lados, y los racistas/xenófobos no son la excepción: que a principios del siglo XX Europa fuera casi completamente blanca y europea, no impidió que naciones genética, étnica y culturalmente cercanas se lanzaran en una lucha fratricida que terminó con millones de europeos muertos en las trincheras, o desmembrados y carbonizados en ataques con bombas desde el aire. Por tanto, creer que mantener a una Europa heterogénea culturalmente pero homogéneamente blanca es suficiente para una paz duradera es bastante inocente: aunque puede ser un animal muy colaborativo, el ser humano es conflictivo, y la tribalización propia de la naturaleza homínida (miles de años de evolución no se borran con una ideología) es un factor importante a tener en cuenta para mantener la paz y la armonía en Kumbayá.

Otra falla es caer en la falta de realismo que genera el dogmatismo de las fronteras abiertas. Friedman por ejemplo reconocía que, si bien la inmigración tiene efectos positivos en la economía, era inviable no tener restricciones de entrada mientras existiese un Estado de bienestar; un liberal dogmático diría que entonces el problema es el Estado de bienestar, pero la realidad de la mayoría de los países occidentales es que existe un Estado de bienestar y no pareciera en camino a desaparecer, todo lo contrario, tiene para rato. La masiva llegada de personas a los servicios públicos impacta especialmente en sectores más pobres de la sociedad que no pueden atenderse en clínicas privadas o irse a otro colegio más caro. Estas personas ven como ya no hay cupos en los jardines infantiles Junji porque se le da preferencia a extranjeros, ven como los cupos para los buenos colegios públicos se reducen, ven crecer las colas en los hospitales y en los servicios del registro civil, ven como los subsidios habitacionales a extranjeros se han cuadruplicado desde 2006, y todo pagado de sus impuestos. En general, ven como su calidad de vida disminuye, sus barrios cambian de la noche a la mañana y sus gastos e impuestos siguen siendo los mismos. Frente a esta realidad, el dogmático liberal de las fronteras abiertas sólo tiene una respuesta: tratarlos a todos de racistas y xenófobos si se quejan, e insistir que la inmigración sólo tiene efectos positivos, algo que (evidentemente) es contraproducente para la aceptación del migrante legal y genera rechazo masivo en la población con consecuencias políticas reales. Trump y el Brexit son una prueba de ello.

La libertad y los valores morales

Es cierto que la libertad puede desafiar los patrones morales de un individuo o de un grupo de individuos que conformen una nación, Friedman era de la teoría que las libertades económicas traerían consigo mayores niveles de libertades civiles, pero no es ése el caso siempre. Países como los tigres asiáticos Singapur, Taiwán o Hong Kong deberían ser prueba suficiente de aquello. Dubai es otro. La experiencia China por otra parte demolió por completo esta teoría. Friedman simplemente estaba equivocado: el capitalismo y la libertad económica no acarrean más libertades necesariamente. Veámoslo de otra forma: si tus padres te dan la libertad para salir de fiestas eso no implica que vayas a transformarte en drogadicto de metanfetaminas o vayas a golpear al primero que se te cruce. El cambio cultural no viene por la libertad sino por un giro filosófico y valórico en la sociedad que lo da la cultura imperante, independiente de su permisividad.

El capitalismo eso sí siempre produce escenarios que desafían los patrones morales, el asunto es si esos eventos son simplemente una moda más de la cultura pop o más bien son algo que llegó para quedarse o porque ciertos grupos deliberadamente así lo quieren. En Chile hemos visto diferentes modas: los pokemones, los bailarines de Axé Bahia, las tribus urbanas, etc. Todas expresiones pasajeras que tuvieron su momento de gloria pero luego se desvanecieron. Pero con el feminismo contemporáneo, las demandas renovadas del activismo LGBT o pro-inmigración es distinto, no son creaciones espontáneas del capitalismo, porque a diferencia de los ejemplos previos, son todos grupos fuertemente subsidiados, no solamente dentro de Chile sino con dineros desde el exterior, o bien a través de presiones de organismos internacionales, como los pactos internacionales (aunque todos o casi todos no vinculantes) de la ONU o la corte interamericana de DDHH que Chile no puede desobedecer , porque no es un país grande.

Siempre ha habido grupos de presión sobre el Estado y la cultura, la pregunta que uno debe hacerse es, ¿acaso son oportunidades para incrementar la libertad de las personas, o en cambio se trata de esfuerzos para esclavizar a las gentes o imponerles coacciones arbitrarias? ¿Y qué tal si llegásemos a la conclusión de que es lo segundo? ¿Qué tal si observamos que el cosmopolitismo subsidiado desde la ONU necesariamente lleva a un conflicto permanente que sólo se podrá resolver con un gobierno mundial? Porque claramente las explosiones de nacionalismo en Occidente van a continuar y empeorar, basta ver el renacimiento de los partidos llamados de “extrema” derecha en Europa del Este y Alemania. ¿Qué tal si observamos que la agenda del poderoso lobby LGTB no se traduce en mayores libertades reales, ni tampoco avanza nada en su combate contra la discriminación que dice efectuar? ¿Qué tal si viéramos que en nombre de la causa de la diversidad estuviéramos comprometiendo nuestra libertad de expresión, de pensamiento y de culto? ¿Qué tal si viéramos que el movimiento de lucha por los derechos de las mujeres –otrora importante– es en realidad un culto de odio que ve machismo en todas partes y que sólo busca privilegios e incluso es hostil a la igualdad ante la ley? Todas estas preguntas deben responderse, si se pretende seriamente declararse defensor de la libertad.

En este contexto podemos destacar el pensamiento de Raymond Aron: la libertad no es una abstracción, sino una tradición. Para él, las democracias occidentales si deseaban ser liberales, debían ser “conservadoras”, pues la libertad dependía de la conservación de una serie de valores que se fueron forjando con el tiempo en nuestra civilización. Aron compartía la idea de que no podía haber libertad política sin libertad económica; que el poder debía ser limitado; que el concepto de “soberanía del pueblo” era la puerta de ingreso de un nuevo despotismo; pero enriquecía sus análisis incorporando atención por los aspectos históricos y tradicionales de los órdenes políticos liberales: no en vano, la filosofía de la historia era su materia predilecta.

Todo indica que Aron ofrece una base para distinguir entre dos liberalismos de nuestro tiempo: ese que es consciente de la importancia de la moral, la historia y la tradición, y ese otro que construye individuos abstractos —¿no se quejaban ya de esto desde Montesquieu y Burke a Hayek?— cuya libertad puede ser gozada al margen de cualquier regla moral y de cualquier valor tradicional: un liberalismo que, en una palabra, podríamos catalogar como “externo a la historia”.

Fascismo Cultural

La columna de Felipe Schwember no sólo es deshonesta y sesgada en su fondo, sino también maliciosa y manipuladora en su forma. Digámoslo claramente: Schwember está acusando de fascista cultural a Axel Kaiser. ¿Pero qué sería este fascismo cultural?

Primeramente, hay que mencionar que tan sólo el nombre fascista contiene una carga que ningún liberal quiere tener, pues el fascismo sería la antítesis del liberalismo. Por tanto, el uso del término fascista en este caso sería para distanciar al acusado del liberalismo, algo así como la sentencia Wargus Esto, de las antiguas leyes normandas, donde se declaraba forajido a un individuo, y se lo apartaba no físicamente de la protección de su tribu.

En segundo lugar, Schwember menciona, falazmente, que este fascismo cultural sería “contrario a la igualdad ante la ley, partidario de la aristocracia, del etnocentrismo, de un derecho a excluir a los inmigrantes y del nacionalismo”, metiendo en este saco a, en sus palabras, “verdaderos analfabetos filosóficos, como Murray Rothbard y Hans Herman Hoppe”. Su ataque es una tergiversación, puesto que está proyectando las ideas anarquistas de Hoppe como si éste último las hubiera formulado para la sociedad en su conjunto, y no sobre una comunidad de propietarios y un régimen de contratos que pueden decidir su propia ley. Schwember está comparando la ley que puede establecer una comunidad (que puede regir igual para todos los miembros de la comunidad) con la igualdad ante la ley de un país. Así, está insinuando que el autor anarcocapitalista quiere imponer un modo de organización a un Estado-Nación, siendo que éste en todo momento habla de microterritorios autogestionados. Al parecer, falta una lectura de Hoppe para no caer en la «Gran Alfredo Joignant»:

Para serte franco, lo leí en diagonal porque no es necesario leerlo entero, es que un argumento demasiado simplista. 

Relacionado con el punto anterior, llama poderosamente la atención que Schwember hable del etnocentrismo, cuando, en realidad, el liberalismo como tal es altamente etnocéntrico, es decir, presenta una alta valoración de la civilización occidental. Mientras que Hoppe no teme reconocer que son las culturas occidentales las que han engendrado al liberalismo, las que más respetan la libertad individual, las que más respetan a la individualidad misma y son las que crean mejores climas de tolerancia al interior de la sociedad, dando la oportunidad, incluso, a la convivencia respetuosa (dentro de lo posible, claro) de ideas antagónicas dentro de una misma sociedad, todo liberal implícitamente valora que en Occidente pueda existir una conjunción saludable entre libertad individual (valórica) y libertad económica, que es lo que no ocurre en los paraísos capitalistas asiáticos. Tanto es esta valoración de lo Occidental y de las formas occidentales (Estado de Derecho, individualidad, propiedad privada, igualdad — sí, incluso igualdad), que algunos aspiran a que toda la Humanidad goce de lo mismo, volviendo su etnocentrismo en algo universal.

De esta manera, todo liberal que crea que su concepto, es decir, el concepto universal, de la libertad es lo máximo, sería etnocéntrico, ergo, fascista cultural, y no sólo eso: el hecho que quiera expandir su concepto de la libertad a otros pueblos y territorios hace que su fascismo cultural sea también expansionista.

En tercer lugar, la paradoja: muchos ridiculizan la existencia de un marxismo cultural pues dicen que nadie creó un movimiento llamado así. Sin embargo, si pueden identificarse aspectos fascistas —pese al anarquismo— insertos en su manera de comprender y enfrentar el mundo, lo que podría comprenderse como “fascismo cultural”, ¿por qué no podrían identificarse aspectos, formas, e ideas insertas ya (o en vías de ser insertadas) en la sociedad como “marxismo cultural”? Si existe un fascismo cultural, entonces existe un marxismo cultural.

Finalmente, es poco honesto tratar de hacer encajar a Axel Kaiser en la alt-right. Esta forma de Derecha tiene en su análisis un componente realista racial, étnico y cultural que aboga necesariamente por una preferencia endogrupal (incluyendo la segregación voluntaria o forzada, dependiendo de la corriente de pensamiento dentro de la alt-right), mientras que Kaiser, aun valiéndose de argumentos empíricos, justifica no sólo de forma liberal su postura, sino procurando que la sociedad libre pueda seguir siendo libre y armónica, o lo más armónica posible.

Kaiser menciona que la Izquierda

en el camino tratará de racistas, fachos pobres e idiotas a todos quienes se oponen a una migración descontrolada, algo que ha hecho en todas partes con desastrosas consecuencias para su causa política,

pero tristemente es desde el mismo liberalismo que están surgiendo estas críticas tan básicas. A partir de eso, puede ser que el ciudadano común que no está impregnado absolutamente de un filtro ideológico progresista, se distanciará de aquéllos que promueven la libertad para que el flujo migratorio entre al país. Esto es bastante obvio: las masas no poseen el nivel de preparación intelectual del que hacen gala algunos, y la mente del ser humano difícilmente tiende a inclinarse hacia lo que entiende que no le es favorable. Más allá de la discusión si oponerse a las fronteras abiertas es consecuentemente liberal, hay que reconocer que la ciudadanía — especialmente las clases más vulnerables, aquéllas que sí tienen que lidiar con los embates sobre la fisionomía social— exige respuestas y soluciones concretas a la cuestión inmigratoria. Explicar cómo las fronteras abiertas traerá progreso y un mejor vivir a esa gente “racistas, facha pobre e idiota” será una ardua tarea para un liberalismo cada vez más divorciado de la realidad.

Notas.

[1] https://www.df.cl/noticias/opinion/columnistas/axel-kaiser/hay-centroderecha-para-rato/2018-02-19/201000.html

[2] http://ellibero.cl/opinion/de-la-miopia-al-fascismo-cultural-la-derecha-alt-right/

[3] http://ellibero.cl/opinion/la-centroderecha-y-la-politica-migratoria-inclusiva/

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