
Chaos, revelation, murder; the time is now
Government, shutdown, anarchy; it’s all around
Hostile, takeover, protection; it’s not around
Looting, robbing, everyone is for themselves
There’s no future. Doom generation.
There’s no future for you!
Chaos 88, “Doom Generation”
Querer atribuir los hechos que están ocurriendo en Chile a alguna especie de conspiración extranjera y/o plan coordinado de acción por parte de algún partido político, o creer que se trata de un hecho espontáneo, es irresponsable, cómodo y no es suficiente. Para que las cosas se conjuguen, deben existir las condiciones favorables, un sustrato que permita que ocurra la reacción.
Las emociones humanas son un caldo de cultivo que sí puede ser direccionado: si en la democracia la gente vota en términos viscerales (“éste me cae mal, éste me cae bien”) y no por programas políticos por implementar a futuro, ¿por qué esperar que una democracia funcione de manera pacífica y racional, siendo que su misma base está formada por las emociones de las masas? El problema para quien detente el poder político legitimado en la democracia es que dicho poder descansa sobre emociones, y éstas deben ser cultivadas, manejadas y conducidas de manera de mantenerlas a raya y no pongan en peligro al poder top-down. Al descansar sobre emociones, la política es un tira-y-afloja con las masas, con las que –en tiempos de paz– se dialoga con sonrisas que disimulan lo que subyace, es decir, voluntades individuales que se suman en torno a intereses en común con el fin de conseguir concretar metas. Cada voluntad individual representa el impulso vuelto acción de los deseos de un ser humano en particular, y que dicha voluntad no se manifieste en violencia tendrá relación con lo satisfecho que se sientan los individuos respecto de sus deseos.
Por la forma en la que está conformada, la democracia se encuentra en una eterna tensión con el surgimiento de su naturaleza nitrificada, es decir, la oclocracia—el gobierno donde la muchedumbre impone sus deseos. Si bien muchedumbre define al conjunto de seres humanos, a la multitud, lo cierto es que ésta —al no ser un pueblo propiamente tal al carecer de las características que lo definen— no logra conformar una voluntad monolítica y mucho menos racional, careciendo de la capacidad de autogobernarse.
Los hechos ocurridos en Chile durante Octubre 2019 son la manifestación última de un progresivo desgobierno provocado por un trauma anterior —la experiencia de una dictadura—, al cual las nuevas generaciones (que no lo experimentaron de manera consciente) tienden a rechazar mayoritariamente, sea cual sea su tendencia política; tan sólo unos pocos nostálgicos de recuerdos no vividos realmente añorarían una dictadura. El proceso de desgobierno progresivo tiene su raíz en la sacrosantificación de la democracia más allá de lo meramente discursivo —recordemos el tratamiento de la ideología (como distorsión y disimulación de la realidad) entendida por Paul Ricoeur por parte de Pinochet, quien no temía a hacer uso de la palabra ‹‹democracia›› para la justificación de un gobierno y régimen autoritario— por parte de la clase política, donde la propia democracia ha envenenado al hospedador, de la misma manera que un material radiactivo podría envenenar y terminar matando a quien lo use sin tomar precauciones.
La democracia es una forma de gobernar, lo que no significa que sea la única manera de hacerlo y mucho menos que gobernar sea una forma de democracia. Esto último ha sido el gran error de los países que experimentaron dictaduras como Chile, pues en el presente han terminado por hacer de ‹‹gobierno›› un sinónimo de ‹‹democracia››, y es el mismo exceso de democracia (hoy nitrificada en oclocracia) lo que ha llevado a los gobiernos a conducir a las sociedades a sumirse en la entropía. Este incremento positivo en la entropía provoca desorden molecular, el que unido a la baja sensación de satisfacción de los deseos de las masas, proporciona reactivos peligrosos e inestables para el establecimiento y mantención del orden.

La Derecha lo tiene particularmente difícil políticamente hablando en el juego emocional de la democracia: es y será el villano de la historia y, al menos por unas cuantas décadas más, se le seguirá adscribiendo el estigma de la Dictadura. Peor aún, el poco entendimiento y conexión emocional de la Derecha respecto realidad de las masas provoca que ésta se divorcie cada vez más de los asuntos que golpean al ser humano y provocan descontento sobre sus deseos, haciendo que la voluntad, i.e., acción, se vuelque contra todo cuando incrementa positivamente la entropía—voluntad oclocrática socavando la capacidad de las masas de autogobernarse. A lo anterior, además, hay que sumar la extrema dificultad de querer hacer dialogar lo racional con lo emocional: los argumentos y la lógica son inútiles cuando se choca con lo visceral. Los hechos, datos y papers que pueden tener una alta valoración para esa Derecha menos reaccionaria (la Derecha reaccionaria suele ser más pasional e irracional, y también mucho más confrontacional con la Izquierda), son desestimados cuando chocan con el muro de los deseos insatisfechos, es decir, la brecha entre el presente y el futuro deseado por la Izquierda y prometido por ella, independientemente si puede concretar sus buenos deseos.
Efectivamente, Chile ha presentado un modelo económico que permite más privilegios a la población en relación a los demás países del sector, e incluso más que la media de países del mundo. Según el World Happiness Report (una encuesta sobre el estado de felicidad mundial que clasifica a 156 países por lo felices que sus ciudadanos se perciben a sí mismos) para los años 2016-2018, Chile se encuentra en el puesto N°26, muy por encima de Bolivia (puesto N°61) y Perú (puesto N°65). Sin embargo, estos dos países son tomados como ejemplo por alguna fracción de las masas indignadas chilenas. Además, Chile está cuantitativa y cualitativamente mejor que hace 50 años, mejorando sus condiciones paulatinamente. Pese a que las mejoras que ha tenido el país pueden corroborarse con datos y estudios, la percepción —el conocimiento de una cosa por medio de las impresiones que comunican los sentidos— sobre las mejoras está sometida al grado de satisfacción del deseo. Y como el deseo no deja de aumentar, tampoco deja de aumentar la sensación de insatisfacción: lo perfecto es enemigo de lo bueno, y lo pluscuamperfecto es enemigo de lo perfecto. Y el hecho que las nuevas generaciones no hayan experimentado los hechos ni las condiciones de las décadas pasadas, no existe un punto de comparación que disminuya la sensación de insatisfacción actual.
Los deseos pueden no tener limitaciones, pero si éstos se igualan con la voluntad —la que busca dar concreción a lo deseado a través de la acción— la entropía sufre un incremento positivo, dando paso al gobierno de las muchedumbres. En dicho momento se produce una pérdida de la razón y la instauración de una tiranía molecular y holográfica del deseo legitimado desde el poder bottom-up (las masas) y la sacrosantificación de la democracia como summum bonum, donde la ὕβρις, la hibris, desmesura humana y castigo de los dioses, paga su ambición con su propio sacrificio.