Lo que ha matado a Occidente no son tanto las amenazas contra él, sino el gozo de la vida. No hay ninguna búsqueda de placer, sino sólo de poder. Ésta es la naturaleza de la oclocracia, la que parece ocurrir en cualquier momento en que un grupo tenga éxito y, por tanto, así puede subsidiar a los más débiles entre ellos, que luego se convertirán en fuertes cuando hayan formado muchedumbres buscando “justicia”.
Cuando la gente pregunta, “¿qué salió mal?” la respuesta es sencilla: Nada. O mejor dicho, caminamos hacia una trampa en un momento cuando los mejores estaban agotados repeliendo las invasiones mongolas y la peste negra. La civilización falla una vez que parece ofrecer apoyo a las personas, porque entonces ellos convenientemente pueden culparla de sus propios fallos; tiene, después de todo, responsabilidad asumida para con ellos en algún nivel y como resultado, no asumirán ninguno de los propios fallos.
Tal como la gente se jacta en Twitter y en los medios de comunicación sobre el “privilegio blanco”, deberíamos preguntarnos por qué Europa — una pequeña zona con un clima amenazador y escasos recursos naturales — prosperó donde otros no. Parte de la respuesta puede encontrarse en los métodos, como la agricultura, estado de derecho, higiene y aprendizaje. Pero el núcleo está en nuestro espíritu fáustico.
Para la mayor parte de la humanidad, mirar al mundo promueve ansiedad. Todo muere y todo se desvanece; olas constantes de agresión de la naturaleza y el tiempo erosionan y separan las cosas buenas y dejan atrás lo podrido. La tendencia es volverse “arenoso”, en jerga de internet, y hacer lo menos posible, compensándonos con pequeñas recompensas como alcohol, sexo, drogas y riqueza. De hecho, el tercer mundo existe bajo este principio: no luchar en contra sino que aceptar lo inevitable y en vez de eso, hacer lo mejor que puedas para encontrar placer sensual, incluso en la meditación u otra experiencia religiosa.
Y, sin embargo, Occidente desechó esta guía. En cambio, la rabia era nuestro principio: guerra contra el desorden, contra la naturaleza desaliñada del intelecto humano indisciplinado, y agresión contra las cosas que están fuera de orden, con nuestros ojos enfocados no en lo pragmático sino en lo ideal. La diferencia fundamental entre ese ideal y nuestra ideología presente es que el antiguo ideal no era humano en naturaleza, sino que transcendía la individualidad y luchaba por la civilización como una entidad orgánica que alcanzara altos estándares de disciplina, aprendizaje, arte y tecnología.
Por desgracia, éste no es un orden inclusivo. Premia al mejor, y a aquéllos que pueden restringir sus impulsos en pos de una gratificación retrasada, y esto significaba que no todos eran importantes. La mayoría de la gente no tenía ningún poder social porque no habían hecho nada de importancia. Formaron grandes multitudes para tomar represalias contra esto con la idea de que todo el mundo era importante sin haber hecho nada notable, y desde entonces, la vida aquí ha carecido de gozo.
Ahora sabemos dónde tomamos un giro equivocado en el camino de la historia. Ahora sabemos por qué vivimos en tiempos sin gozo donde sustitutos como el dinero y el poder se toman el lugar del bienestar. La única pregunta es si podemos lograrlo por nosotros mismos y admitir que la igualdad es esclavitud — y por tanto, que no somos importantes simplemente por el hecho estar vivos. ¿Nuestros espíritus tendrán aún la fuerza para dejar ir lo conveniente y aspirar a la grandeza?
Traducción por Francisco Albanese.
Entrada original: http://www.amerika.org/politics/the-faustian-nature-of-the-west/