I try all the time, in this institution
And I pray, oh my god do I pray
I pray every single day
…for a revolution
— 4 Non Blondes, What’s Up?
Una revolución nunca ha estallado porque las mayorías se hayan movido a hacer algo, e históricamente podemos ver cómo han sido pequeños grupos de personas los que han hecho germinar revoluciones, derrumbar gobiernos, desatar el terror y cambiar el devenir de los tiempos. Las grandes masas, es decir, las mayorías, tenderán a la inercia porque involucra un menor esfuerzo, puesto que para cambiar de dirección, de sentido, acelerarse o detenerse, un cuerpo requiere de una fuerza que lo obligue a cambiar de dirección, de sentido, acelerarse o detenerse, y siempre será más fácil hacer nada que hacer algo. Entonces, tal como un piño de animales que avanza, bastarán unos pocos individuos que hagan algún gesto, lancen un grito o den un golpe preciso para que, en una reacción en cadena, todo el grupo actúe conforme a la voluntad de esos pocos individuos que aplicaron fuerza sobre el objeto mayor. Luego de este cambio en el curso de los acontecimientos, las mayorías vuelven a entrar en inercia, para mantenerse así hasta el próximo martillazo que las moldee.
Una de las excusas que utiliza el revolucionario contemporáneo para justificar su poco éxito (y, casi en todos los casos, liso y llano fracaso) es que el supuesto ente dominante que somete a las masas (una especie de Santa Claus malvado, o una logia de conejos de Pascua con ojos rojos por la vileza), las controla mediante la ignorancia. Entonces, según ellos, si se corriera el velo que mantiene a la gente sumida en la ignorancia, las masas estallarían espontáneamente al concientizarse de la realidad en la que están inmersas, lo que en realidad es una falacia, puesto que las masas siempre van a preferir la comodidad que les brinda la inercia, aun cuando vivan en las peores condiciones existentes, golpeadas por el abuso, y tratadas como ganado rumbo a un despeñadero.
La ignorancia no es un obstáculo para las revoluciones y, en efecto, todas las revoluciones exitosas – es decir, la acción de que un engranaje gigante sea movido por un engranaje más pequeño que gira más rápido – lo han sido porque unos pocos han contado con el apoyo de las masas profanas e ignorantes, quienes aceptaron subyugar su libertad a la nueva cohorte de líderes (pastores) que surgió para tomar esas miles de voluntades individuales y direccionarlas con el rumbo que la minoría decida. La masa se contenta con esta dinámica y no la cuestiona pues, como ya vimos, tiende tarde o temprano a la inercia.
Si las masas no fueran inertes, entonces ninguna revolución sería posible: toda fuerza que se aplicara sobre un objeto que no tiene un desplazamiento uniforme (o ningún desplazamiento en lo absoluto), terminaría por diluirse sin lograr cambiar el desplazamiento del objeto ya que éste se movería por cuenta propia, haciendo imposible el desarrollo de la revolución. Los bolcheviques no hubieran podido hacer estallar la revolución si es que las masas no hubieran tendido a la inercia, porque una masa de millones de personas con un desplazamiento no uniforme hubiera sido imposible de manejar para esos pocos cientos o miles que estaban conduciendo a la gente al callejón revolucionario.
¿Y un pueblo «culto»? Aún peor, pues su constante cuestionamiento de la realidad y su sobreestimación producto de su conocimiento le impediría seguir el curso de un proceso revolucionario, por lo que sería un estorbo para dicho proceso. O eso, o su cuestionamiento desprendido del conocimiento provocaría el surgimiento de una auto-invalidante tendencia nihilista y pesimista, buscando una comodidad virtual en alguna zona de confort que pudiera ofrecer la realidad, volviéndose el individuo incrédulo de cualquier proceso, negándose a participar (activa o pasivamente) del proceso revolucionario, sofocándolo al reducirlo a la nada, para que luego se diluya en el tiempo y el espacio.
Las revoluciones no parten de las mayorías, pero es necesario la inercia de éstas para que el flujo –que provino de una minoría consciente, dispuesta y voluntariosa– siga el nuevo curso de la historia, que se asemeja a una calzada que es trazada por unos pocos, pero en la cual transitan muchos.