Mezclando las palabras British y exit, el término BREXIT define la salida de los británicos de la Unión Europea, lo que se haría mediante la aprobación/desaprobación ciudadana para que estos decidan si quieren seguir asociados al bloque, o romper con él.
Hasta el momento, la pertenencia británica dentro de la Unión Europea le ha significado al país una resta más de que una suma, algo que ha sido una causa para el surgimiento y popularidad de los grupos, partidos y movimientos euroescépticos (aquel nacionalismo a través de la apatía). Esto es mirando sólo un tema económico, monetario, excluyendo el cotidiano porque, ahora, si se incluye el día-a-día británico, los números pueden ser desastrosos, o quizás no, asumiendo que las masas están constantemente bombardeadas con consignas populistas, fáciles de digerir, y que provocarían que las masas reflejen en su discurso exactamente lo que no piensan.
La campaña por el BREXIT ha sido casi innecesaria, puesto que la campaña por difamar y mostrar lo malo de pertenecer a la Unión Europea ha estado a cargo de la propia Unión Europea: penosos controles migratorios, políticas que funcionan en desmedro de las poblaciones nativas, parasitismo económico disfrazado de solidaridad, y un desmedido descontrol de las democracias globalizantes, donde las fronteras han sido pulverizadas en la insignificancia: ha pasado a ser completamente indiferente ser de aquí o de allá, ya que las identidades locales han sido igualadas en un mercado que se asemeja a un árbol de Navidad desequilibrado, donde se quitan adornos de un lado del árbol para acomodarlos en otro, para que luego el árbol vuelva a quedar cojo.
Pero no hay que ser ilusos: la pertenencia a la Unión Europea es tan sólo la punta del témpano de una vorágine filosófica, de un modo de pensar cuya último objetivo es el de un mundo globalizado, que se vuelve sinónimo de mercado y desaparece como mundo. Este punto es interesante, ya que el mundo moderno es una proyección y deformación del mercantilismo inglés, el que, expandiéndose más allá de las fronteras de su identidad pero olvidando ésta última, terminó por erosionar la isla.
Definitivamente, el BREXIT no es suficiente, y el alejamiento del Reino Unido de la UE difícilmente podrá solucionar el grueso de los problemas derivados del globalismo al interior de la Gran Bretaña, pero definitivamente puede marcar un comienzo de una nueva era de los separatismos y las secesiones, de la misma forma en que un dominó que cae produce una reacción en cadena. Difícilmente aparecerán de la noche a la mañana miles de pequeños países levantados desde la reivindicación de su identidad y causa, y más difícilmente aún éstos tendrán soberanía, pero por algún punto esto debe tener un inicio, y una salida de uno de los pilares fundamentales de la Unión Europea no es un catalizador despreciable. En el futuro podrán existir nuevas alianzas y tratados, y es de esperar que estos nuevos pactos no conduzcan a un euro-suicidio, como está ocurriendo con la actual Unión Europea. El BREXIT es una cosa, y es una salida de un pacto, otra muy distinta es un forma autodestructiva de pensar, y es ahí donde el Reino Unido y luego Europa deben remecerse, quitarse el polvo de los ojos y mirar al mundo tal como es.
Como un partidario de toda secesión, separatismo y división (en los términos que sean, no excluyo ninguno), me muestro satisfecho ante el avance de estas instancias de disolución de conglomerados de dimensiones monstruosas, de escalas inhumanas, impersonales y a la larga sumamente negativas para las identidades locales, y es de esperar que el triunfo del BREXIT traiga nuevos aires, y de pie para que otros métodos de organización, más pequeños y más directos (en otras palabras, más humanos) proliferen por todo Occidente.
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