Desigualdad Colectiva Sigue Siendo Desigualdad

Francisco Albanese

Este artículo es una réplica a «La Izquierda de Hans-Hermann Hoppe».

La izquierda de Hans-Hermann Hoppe”, de José  Benegas, es una interesante vorágine de verdades a medias, tergiversaciones,  deformaciones y desinformaciones que buscan retomar las riendas de un liberalismo anacrónico, de connotaciones cuasi-religiosas y que trata de llamar desesperadamente la atención posicionándose como verdadero. Seamos claros: todo Occidente está impregnado de liberalismo, en mayor o menor medida. Prácticamente, no queda ningún rincón donde el sustrato por defecto no sea liberal, aunque parece que lo que afecta en realidad a los liberales es que el liberalismo no sea total o puro. De esta manera, en vez de mostrarse satisfechos del avance parcial del liberalismo, prefieren rasgar vestiduras porque el liberalismo no es promulgado de manera ortodoxa.

Nacida del justo derecho liberal de querer ser consecuente, la columna de Benegas arremete contra el pensador alemán no tanto por sus ideas, sino por encontrar repulsivos a algunos individuos que se han acercado a Hans-Hermann Hoppe a raíz de estas mismas ideas, haciendo una caracterización bastante básica y barata, casi a nivel de un meme.

Una cosa es desmentir y desestimar una ofensiva intencionada que tiene el propósito de minar los pilares de Occidente (que, en algunos casos, raya en la conspiranoia), y otra muy distinta es actuar indiferente ante el avance del humanismo totalitario de la corrección política. Si este hecho se debe a lo incauto del individuo, podemos asumir inocencia; sin embargo, una cosa no quita la otra. Imaginemos que no existe tal cosa como la ideología de género y que nadie quiere destruir la familia como un pilar (personalmente, me cuento entre los que no creen eso), ¿es menos verdad el fomento del multiculturalismo y el multirracialismo dentro de los países occidentales, o la descarada promoción de ONGs de la migración proveniente de países subdesarrollados y de culturas no eurocoloniales? ¿No es verdad, acaso, que esta promoción del ‘progreso’, es decir, de sociedades multicolores, no está desembocando en tensiones intergrupales, y en un descenso de la armonía cultural dentro de los barrios en las ciudades e, incluso, en la aparición de zonas dentro de la urbanidad a las que no se puede acceder?

Reconocer las cosas como son va más allá de ser liberal o ser iliberal. Es cuestión de realismo, y el realismo es la base para minimizar los errores y horrores en los que puede incurrir una sociedad en nombre de la ignorancia.

Benegas hace mención a la cercanía de Hans-Hermann Hoppe con Richard Spencer y hasta con Donald Trump, sin embargo, esto está sacado de contexto. Primeramente, Spencer (con quien Hoppe no ha hecho eventos en conjunto, como insinúa Benegas, si bien lo ha invitado a sus conferencias) proviene originalmente del mundo libertario (como muchos dentro de la alt-right) y progresivamente, a medida que ha cobrado más importancia para él el tema etnonacionalista, se ha abierto a posibilidades de una izquierda económica siempre y cuando sea racialmente consciente. Esto último debe ser recalcado, ya que muchos libertarios (con una concepción libertariocéntrica del mundo, Hoppe inclusive) ven como un pecado acercarse a las medidas económicas de Izquierda, algo que a Spencer no le importa pues para él la identidad (i.e., la supervivencia del pueblo) está primero, por lo que su cercanía a medidas económicas liberales será circunstancial y estará condicionada al bien del endogrupo. Si esto es o no libertario no tiene nada que ver con Hoppe, quien ya ha mostrado su descontento frente a estas iniciativas tomadas por el director ejecutivo del National Policy Institute. Por otro lado, tampoco es honesta la relación que menciona Benegas entre Hoppe y Trump. Si bien Hoppe había establecido que una estrategia populista era la opción correcta para el libertarianismo, es decir, que los libertarios hicieran un cortocircuito con las élites intelectuales dominantes y dirigieran directamente a las masas para despertar su indignación y desprecio hacia las élites gobernantes, lo cierto es que Donald Trump ha sido más de lo mismo: otro presidente belicista más para engrosar la lista, pero que no ha hecho cambios sustanciales en materias de inmigración como se suponía que lo haría, razón por la cual la derecha alternativa decidió romper con él.

Hoppe se vale de lo que Paul Gottfried señala para diferenciar a la Izquierda y la Derecha, donde la Derecha,

reconoce, como un hecho, la existencia de diferencias y diversidades humanas individuales y las acepta como naturales, mientras que la izquierda niega la existencia de tales diferencias y diversidades o intenta descartarlas y en cualquier caso considerarlas como algo no natural que debe ser rectificado para establecer un estado natural de igualdad humana.

Benegas destaca esta asociación que Hoppe del libertarianismo con la derecha, pero pese a que hace mención que “la desigualdad del liberalismo es simplemente aceptada”, termina abrazando sentimentalmente los mitos igualitarios modernos (“la idea de que los blancos son mejores que los negros, es repugnante al liberalismo”). Respecto a esta última afirmación, hay que hacer mención a dos asuntos:

1. Hoppe no ha mencionado superioridad de blancos sobre negros. Sin embargo, sí es capaz de reconocer que son los blancos quienes han creado a Occidente y han forjado sus valores, incluyendo el respeto a la libertad, casi inexistente en otras sociedades. Este argumento no es suficiente para acusarlo de colectivista, que es lo que busca Benegas.

2. Si se diera el caso que, tomando hechos objetivos y medibles, blancos demostraran superioridad –como grupo– en comparación a negros, y a su vez orientales sobre blancos, ¿sería un pecado tan terrible reconocerlo? Es decir, podemos establecer caracterizaciones respecto a la altura, frecuencia cardíaca y hasta el tamaño del pene, ¿qué sería lo terrible de reconocer otras diferencias? Peor aún, Benegas menciona que «ni siquiera son capaces de advertir que cuando miden, ya valoraron», queriendo establecer una especie de safe space humanitario dentro del liberalismo, como si eso fuera a eclipsar la realidad.

Efectivamente, tal como dice Benegas, la habilidad del mercado no es una virtud colectiva. No obstante, sociedades que presentan una alta valoración y respeto por la libertad tienden a reflejar esta misma libertad en sus mercados (a diferencia de países tales como los del este de Asia, cuyo libre mercado no guarda demasiada relación con sus libertades individuales). Probablemente, el intercambio reduzca los conflictos intergrupales, sin embargo, existen situaciones que se escapan al intercambio, o sencillamente no tienen soluciones en el mercado que sean lo suficientemente rápidas como para evitar tensiones que desembocan en violencia y genocidio, incluso entre pueblos racial y culturalmente cercanos. Y es que el mercado es racional pero, en la realidad, el ser humano no es racional todo el tiempo.

Un grupo de tutsis que no tuvo la oportunidad de realizar contratos con los hutus para detener la violencia.

Benegas reduce todo al mercado como si se tratara de un ente perfecto capaz de resolverlo todo, y critica a Hoppe por salirse de esos parámetros, o ideales. Si para el mercado no existe la inmigración, no significa que fuera del mercado ésta no exista. Y es ahí donde el libertarianismo de Hoppe –el libertarianismo de Derecha– se vuelve realista, a diferencia del liberalismo que expone Benegas, de un fuerte componente filosófico igualitarista.

Si el Estado usurpa dinero de los contribuyentes y los extranjeros se valen de los recursos del Estado, están valiéndose de los recursos ajenos, aún si las personas fueron forzadas a transformarse en contribuyentes. De hecho, el mismo argumento de Benegas sobre la legitimidad del uso de los recursos supuestamente de nadie, es esgrimido por los defensores de los movimientos masivos de personas desde el tercer mundo hacia Europa para que hagan uso de los recursos. Si bien Hoppe es contrario al Estado, es lo suficientemente realista como para reconocer que el Estado no es absolutamente permeable y que discrimina entre los que tienen un contrato con el Estado y los que no. Reconocer esa realidad no tiene nada que ver con nacionalismo ni proteccionismo estatal.

El intento de Benegas de torcer las ideas de Hoppe roza la desesperación cuando etiqueta a la Derecha de “izquierda xenófoba”. El rechazo visceral de Benegas a todo lo que él entiende como “colectivismo” (es decir, la propia histeria liberal que lleva a torcer toda realidad y objetividad para seguir siendo 100% individualistas 0% colectivistas 100% real no fake 1link) lo lleva a igualarlo con ‘Izquierda’ sin importar si lo que él está rechazando está fundamentado en el supuesto de la desigualdad humana, conditio sine qua non sería Derecha.

Benegas, además, se queja que Hoppe no aplica el individualismo metodológico,  como si realizar generalizaciones en base a grupos fuera a transformar al individuo que está realizando la caracterización en un colectivista. Que en la práctica el multirracialismo y el multiculturalismo provocado por los desplazamientos humanos degeneren en discriminación, roces y violencia no parece importar a Benegas, quien cree que todo eso se resolverá mediante contratos de trabajo, de compra venta y la adquisición de inmuebles, que son cosas que sí están regidas por el mercado.

Finalmente, su arrebato termina acusando a esta “Izquierda de Hans-Hermann Hoppe” de defender la desigualdad colectivista, lo que es un absurdo: aceptar que los grupos humanos presentan diferencias y pueden presentar distancias culturales los unos de los otros es un factor más de la desigualdad humana, es decir, los individuos no sólo son diferentes a nivel individual, sino también al nivel de los colectivos a los cuales pertenecen, colectivos que son absolutamente involuntarios e irrenunciables, tal como pertenecer a la especie humana –un colectivo que no transforma a la persona en “colectivista” por pertenecer a él– es un acto involuntario. Colectivismo es la priorización de los intereses del grupo por sobre los intereses individuales. Es eso lo que hace colectivista al individuo, no si éste acepta la existencia de colectivos con características que los diferencian entre sí.

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