Esforzarse por ser consecuente y coherente puede ser algo loable —claro, cuando existe una alta valoración en mantener un discurso— pero la verdad es que, después de todo, no debería costar ningún esfuerzo: ser fiel no es difícil cuando se está convencido. La columna “Libertarismo de principios contra la derecha nacionalista”, publicada por El Libertario refleja cierto temor libertario a las tentaciones que pueden presentarse en la jungla política, para no decir en el desierto.
Si la Democracia Cristiana decide o no ir a las primarias, o si quiere ser flexible o no con los cupos, es un tema que no debería preocupar ni servir de ejemplo a los libertarios: si la Democracia Cristiana quiere pelearse por los restos malolientes de la oclocracia chilena, es algo ajeno a la búsqueda libertaria, y hasta contrario a su filosofía. Si el libertarianismo quisiera influencia en las votaciones, es probable que no lo consiga a través de su doctrina propiamente tal, menos en un país donde el choque de titanes entre el populismo igualitario y el apego al status quo se disputan un cadáver asoleado. Entonces, ¿por qué preocuparse?
Ahora bien, si la Derecha chilena, la que, quitando el aspecto económico y una que otra lucha valórica, filosóficamente defiende valores de Izquierda, ¿qué peso real puede tener una victoria de la “Derecha” si es que la hegemonía del discurso igualitario ha llegado incluso hasta el corazón de dicha ala política? ¿O alguien podría creer que el triunfo de la “Derecha” chilena significaría el comienzo de una nueva edad de Oro? Si el barro es igualitario, entonces los ladrillos que se saquen de ahí también lo serán.
¿Por qué el libertarianismo tendría, entonces, que temer al surgimiento de una derecha alternativa, o al diálogo de algunos de los suyos con dicho sector?
Primeramente, en Estados Unidos, la derecha alternativa no nace con Trump, no es sinónimo de Trump, y ya se desligó de Trump. Algunos vieron en él una manera de concretar algunas iniciativas a corto plazo, iniciativas que no se concretaron, pasando la derecha alternativa, más temprano que tarde, a ser la oposición que siempre se supo que sería:
Bajo la primera administración de Trump, el rol de la Derecha Alternativa es ser la leal oposición. Comprendemos la significancia real de la elección de Trump, quizás mejor que Trump mismo (Johnson, 2016).
El Libertario insinúa que, para un sector del libertarianismo chileno
lo único relevante en este instante parece ser una guerra inútil contra el «marxismo» —es decir, todo lo que sea diferente— a tal punto que parecen capaces de subvertir todo aquello que supuestamente les importa utilizando los métodos que tanto critican de la izquierda.
Asumir que todo se trata de que la Izquierda no gane es ver el asunto usando una máscara de galgo, sobre todo cuando la Izquierda ya ganó: si sus valores no sólo son repetidos por la gente en la Izquierda, sino también en la Derecha, ¿no es sinónimo de triunfo? Que detente el poder político o no es un mero detalle. No es necesario convertirse en un estado policial soviético o en Venezuela para notar que los valores que actualmente rigen a Occidente son de Izquierda, y no pasa por el relativismo moral, no pasa por la pérdida de importancia de la familia, no pasa por el matrimonio homosexual y definitivamente no pasa por el aborto, sino que pasa sencillamente por partir de la premisa que todos los seres humanos son iguales. Ése es el veneno que no sólo engulle desde el interior a la política chilena, sino también a las sociedades occidentales. Hasta el momento, en ningún debate político televisivo chileno, es decir, cuando los candidatos sacan la voz para poder captar votos, nadie ha puesto a la Igualdad en tela de juicio; todo lo contrario: se la afirma y se aspira a ella como un bien supremo.
Dicho en términos simples, la Igualdad es un mito nocivo, peligroso y que conduce a la mediocridad humana. ¿Por qué tendría que temer el libertarianismo al avance de una ofensiva cultural en contra de los mitos igualitarios? Muy probablemente, aun cuando las peores pesadillas del libertarianismo se concretaran en su peor forma –es decir, aquéllas marcadas por la discriminación, donde inmigrantes provenientes de países en crisis del Tercer Mundo son rechazados y hasta deportados– el libertarianismo sobreviviría y hasta se vería fortalecido. Si ciertas aspiraciones libertarias se hicieran realidad y se abrieran las fronteras para que toda persona pudiera entrar sin importar su origen –es decir, la falacia individualista libertaria, donde se rechazan criterios y características grupales acusándolas de colectivistas para luego desestimarlas por coherencia ideológica– aumentarían las probabilidades del acceso de todo tipo de personas, incluyendo personas que no comulgan en lo absoluto con la alta valoración de la libertad y de la individualidad que se exhiben en los países occidentales. Esta afirmación es tan sólo una inferencia probabilística básica, sin considerar que existe documentación que indica que ciertas etnias y culturas no sólo exhiben características colectivistas, sino que tienen tendencias a éstas debido a factores genéticos (Chiao & Blizinsky, 2010; Tafarodi & Smith, 2001; Way & Lieberman, 2010; Yamaguchi, Kuhlman & Sugimori, 1995). Pero si no se acepta argumentos científicos porque son interpretados (i.e., sometidos a un filtro subjetivo) como colectivistas, entonces dicho libertarianismo no sería científico.
En el fondo, los temores libertarios radican en que algunos sectores dentro del espectro de la derecha alternativa ofrecer todos los motivos necesarios para temer. ¿Odio al control y al estatismo? Entonces se apuntará a la facción que es más proclive a los mecanismos de vigilancia y hacia las vías estatistas, ignorando que existe una enorme fracción que no comparte esto, y hasta es opuesta al crecimiento del Estado. Que algunos se opongan al aborto provocará que los pro-choice se opongan a todo el conjunto, a pesar de que es más amplio el sector que sí está a favor de legislar en favor del aborto, por distintas razones, las que abarcan desde la decisión y responsabilidad individual, hasta aspectos más colectivistas como la eugenesia.
Finalmente, El Libertario tiene razón en un aspecto: efectivamente, el cambio los deja en una posición inmejorable para comenzar su reafirmación política, si bien esto no se deba a los destiempos en la organización de los partidos como menciona el artículo, sino a la posibilidad de crear algo nuevo desprendido desde el caldo de cultivo ionizado, maloliente y tóxico en que se han transformado las democracias occidentales, en la misma manera en que se plantea una de las teorías del origen de la vida: la del caldo primigenio, el que no se destacaba particularmente por presentarse en el más agradable de los ambientes. Después de todo, si Odín y sus hermanos pudieron construir un mundo desde el cadáver del gigante Ymir, podría construirse algo nuevo sobre el cadáver de la Izquierda, pero para eso —derrotar al igualitarismo— primeramente hay que derrotar a los temores.
Referencias bibliográficas.
- Chiao, J. & K. Blizinsky. 2010. Culture–gene coevolution of individualism–collectivism and the serotonin transporter gene. Proc Biol Sci. 2010 Feb 22; 277(1681): 529–537. doi: 10.1098/rspb.2009.1650
- Johnson, G. 2016. November 9, 2016. Counter-Currents. url: https://www.counter-currents.com/2016/11/november-9-2016/
- Tafarodi, R. & A. Smith. 2001. Individualism/collectivism and depressive sensitivity to life events: the case of Malaysian sojourners. International Journal of Intercultural Relations, 25(1), 73–88.
- Way, B. & M. Lieberman. 2010. Is there a genetic contribution to cultural differences? Collectivism, individualism and genetic markers of social sensitivity. Soc Cogn Affect Neurosci. 2010 Jun-Sep; 5(2-3): 203–211. doi: 10.1093/scan/nsq059
- Yamaguchi, S., D. Kuhlman & S. Sugimori. 1995. Personality correlates of allocentric tendencies in individualist and collectivist cultures. Journal of Cross-Cultural Psychology, 26(6), 658–72.
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