«Neofascistas disfrazados de libertarios«, que es un arrebato de Antonio José Chinchetru presentado como columna, viene a reactivar la clásica contienda recursiva entre la correcta observancia del espíritu original de una idea –la ortodoxia– y la aceptación de la manifestación metamórfica de una idea –la heterodoxia–. La primera parte de la premisa que la consecuencia se demuestra manteniendo estricta fidelidad a una idea al pie de la letra aún a pesar de los cambios en los contextos temporales, mientras que la segunda asume y defiende que una idea debe ser capaz de adaptarse a los cambios pues, en caso contrario, desaparece o queda sumida en el mar de la insignificancia.
Los dardos de Chinchetru apuntan directo al “paleolibertarianismo”, aunque en realidad se trata de un ataque a lo que él cree que es la alt-right (o a la facción alt-right dentro del libertarianismo, o a la facción libertaria dentro de la alt-right, quién sabe). En este caso, se trataría de la tentación de la contextualización a la contingencia: la necesidad de la reacción frente al avance del Islam y del crecimiento demográfico no-europeo en suelo europeo. Como puede apreciarse, esto es una pelea por la consecuencia: una disputa entre los que consideran que el verdadero libertarianismo debe ignorar la situación actual, puesto que la libertad se trataría de un asunto atemporal y universal y, por ende, debe ser observada de la misma manera en que lo ha sido siempre, y los falsos libertarios, como los denomina Chinchetru, que consideran que el mundialismo, el Islam y la inmigración colonizadora del suelo europeo son una amenaza para Occidente y, por tanto, también para la libertad.
Chinchetru, que es opuesto al radicalismo islámico aunque no a la inmigración tercermundista, es impreciso en su crítica, apuntando a enemigos que no individualiza con fuentes, sino que sólo se dedica a describirlos vagamente:
Algunos de vez en cuando se destapan en su antisemitismo cuando claman contra un supuesto “imperio judeo-yanqui”. Odian a los judíos, pero también a los musulmanes.
Difunden a los cuatro vientos su admiración por personajes como Vladimir Putin y Marine Le Pen, cuando no por el padre o la sobrina de la política francesa.
Algunos también llegan a defender a capa descubierta un racismo que pretenden que es científico.
Muy probablemente, toda esa gente debe existir –aceptando como verdad lo que menciona el columnista–, aunque no podría afirmarse que hay una corriente que proclame esto como un pilar ideológico. No obstante, hay ciertos puntos que merecen ser revisados. Efectivamente, una Derecha nueva –que no es sinónimo de Nueva Derecha– se ha levantado en el primer mundo y, a diferencia de la lucha metapolítica que propone la Nueva Derecha y la Derecha Alternativa, se ha lanzado directamente a pelear en las votaciones, aprovechando estas instancias para competir por el poder político. Esta Derecha nueva, que apela a las masas y a aspectos emocionales para captar votos, ha logrado poner en la discusión pública materias contingentes que han sido largamente pasadas por alto en el liberalismo y el libertarianismo, tales como la colonización de Europa y la toma de poder por parte del Islam, fenómenos ambos desprendidos de la reciente ola de inmigración no europea.
Entonces, no es de extrañar que algunos libertarios decanten en favor de candidatos políticos que apuestan por líneas más duras (y hasta más intervencionistas en ciertas materias, incluyendo las económicas) en momentos en que asuntos más prioritarios que el mercado y los derechos civiles se están viendo amenazados: con el avance de culturas ajenas a la identidad europea –lo que, en el peor de los casos, podría dar origen al establecimiento de una teocracia sobre suelo europeo–, las libertades civiles (y las económicas, de paso) podrían verse gravemente afectadas, esto es, de forma irreversible. Y no es de extrañar precisamente porque el libertarianismo (a secas) europeo no se ha mostrado lo suficientemente resoluto frente a esta problemática, mostrándose, incluso, neutral en oportunidades, llamando al sentido común en instantes en que países como Alemania y Suecia –por dar los ejemplos más claros y exagerados– parecieran haber perdido la cabeza absolutamente.
Por otro lado, existe un número cada vez más numeroso de publicaciones científicas y estudios que vienen a afirmar las diferencias entre los grupos humanos de una manera objetiva (es decir, quitando todo sesgo político, filosófico y moral), echando por tierra las arrogantes aseveraciones sobre lo «obsoleto» de los estudios de las diferencias humanas, diferencias que no sólo existen, sino que se manifiestan de manera cruda y brutal en una época donde se suponía que la Historia estaría terminada y la Democracia sería la regla global.
Finalmente, la discusión no debería centrarse en quién es un verdadero libertario y quién es falso libertario, sino en la frase final expuesta por Chinchetru («son tan enemigos de la libertad como sus admirados Putin y Le Pen») y, ante esto, responder no si la libertad está en peligro, sino si el futuro de la libertad dentro de las fronteras de Occidente está en peligro pues, perdido el futuro de la libertad, no habrá libertarianismo alguno por el cual discutir si es verdadero o falso.