Hoppe, el Libertarianismo y la Alt-Right #2

Francisco Albanese

Primera parte: aquí.

Hoppe retoma las preguntas que había hecho en un principio, y se cuestiona cómo mantener el orden social libertario, que para algunos se resume en respetar el NAP, que por lo general es entendido desde la hipotética situación donde la gente vive alejada entre sí, lo que, al decir verdad, hace que el NAP signifique bastante poco y que sea poco útil. El tema es cuando la distancia es insuficiente, es decir, cuando en tu mismo barrio tienes vecinos indeseables. Probablemente no sean vecinos que disparen hacia tu casa y quizás no te agredan como persona y tampoco atenten contra la propiedad, sin embargo, su propia forma de ser podría ser malviviente, es decir, una molestia a nivel cultural.

Las manifestaciones de odiosidades desprendidas de la convivencia multirracial, multiétnica y multicultural no son casuales ni tampoco provienen de la ignorancia o del mero prejuicio (que también sería proveniente de la ignorancia), como muchos quisieran creer o hacer creer. Por lo general, más allá de la barrera del desconocimiento respecto del prójimo con la que el mundo globalizado ha tenido que lidiar como resultado de los desplazamientos masivos de personas, también existe una respuesta odiosa natural y lógica ante la convivencia que no es armónica. Odiosidades que surgen sin violarse el NAP, por lo que es un jaque a coherencia de algunos libertarios. Greg Johnson entrega un ejemplo bastante gráfico en su “Confessions of a reluctant hater”:

Hace un año, yo habría colocado a los polinésicos en la lista de pueblos contra los que yo no tenía nada. Pero no tenía ningún contacto directo con ellos. Ocurrió que varias familias de Samoa o Tonga se mudaron a unos pocos edificios más abajo. Pensaba que eran estéticamente poco atractivos: grandes, marrones, híbridos de australoides y mongoloides que fácilmente tienden a engordar, pero parecían bastante agradables al principio. Entonces comencé a notar ciertas diferencias molestas.

Por ejemplo, aunque su higiene personal no parezca problemática —aunque no me he acercado lo suficiente para confirmar aquello—, en otros aspectos son gente indescriptiblemente sucia. Son aficionados a socializar ruidosamente y a comer juntos al aire libre. Eso ya es bastante malo, pero días más tarde, el suelo todavía estaba sucio, no sólo con basura y juguetes sino también con la comida desechada. Después de su última comida al aire libre, el arrendador tuvo que pagarle a unos mexicanos para que limpiaran lo que habían dejado. Luego de otra comida al aire libre, encontré un montículo de pescado podrido, hirviendo de moscas y gusanos, vertidos en el patio de un vecino. Por supuesto esta clase de comportamiento no sería un problema en Tonga o Samoa, donde es probablemente aceptado por todos, pero aquí es asqueroso e irrespetuoso, para no mencionar el potencial riesgo para la salud.[1]

Hoppe señala algo que parece obvio para aquéllos cercanos a la alt-right:

La cohabitación pacífica de vecinos y de personas en contacto directo con los demás en algún territorio —un orden social tranquilo y amigable— requiere también de un común en la cultura: de la lengua, la religión, la costumbre y las convenciones. Puede haber una coexistencia pacífica de diferentes culturas en territorios distantes, físicamente separados, pero el multiculturalismo, la heterogeneidad cultural, no pueden existir en el mismo lugar y territorio sin conducir a la disminución de la confianza social, el aumento de la tensión y, en última instancia, el clamor por un “hombre fuerte” y la destrucción de cualquier cosa que se asemeje a un orden social libertario.

Lo anterior parece ser algo básico para la convivencia, no obstante, es algo que a muchos libertarios les supone un quebradero de cabeza pues significa ser inconsecuentes, porque rompería con el trato igualitario dado a los individuos, como también rompería con el individualismo metodológico cuya observancia en algunos casos pareciera estar aferrada con religiosa devoción puesto que se tiende a creer que todo lo que está fuera de él correspondería a colectivismo.

Hoppe va más allá y no sólo hace referencia a que la comunidad debe ser monocultural, sino también debería procurarse la mantención de un espacio libre de “vecinos que defiendan abiertamente al comunismo, socialismo, sindicalismo o la democracia en cualquiera de sus formas”. Incluso, hace gala de su humor y menciona que todos estos individuos deben ser, de acuerdo al meme hoppeano, “físicamente removidos” por la violencia si fuese necesario, pues de lo contrario esto conduciría a la antítesis del orden social libertario. Arremetiendo contra el igualitarismo filosófico pero también el práctico, el pensador —a través de insights derechistas, o de sentido común, mejor dicho— se pregunta cómo moverse desde el status quo a este orden social libertario, cuestionando de paso la idea de la igualdad contrastándola con la realidad observable, donde no existiría un “mal vecino” si los seres humanos fueran, en esencia, iguales. Los “liberal-lala-libertarios” tienden a creer que terminarán ganando sobre la violencia y los malos vecinos con la fuerza de sus argumentos, que a la larga serán comprendidos por aquéllos que hacen insoportable la convivencia.

Haciendo referencia a los “NOs” de Jeffrey Tucker cuando se habla sobre la libertad (1. no ser beligerantes; 2. no presumir el odio a la libertad; 3. no asumir metas diferentes; 4 no presumir ignorancia; 5. no considerar a nadie como un enemigo), junto con cuestionar al autor de dichos “NOs” por ser absolutamente inconsecuente con sus propias palabras (recordar el incidente Tucker vs Spencer, donde este último fue expulsado por Tucker de la International Students For Liberty Conference, acusándolo de “fascista”[2]), cuestiona estos “NOs” por ser inocentes y estar guiados para tratar con personas que surgieron espontáneamente y no tienen historia, situación que no ocurre regularmente. Es ahí, en el campo de la realidad, donde el libertarianismo de Derecha y la Derecha Alternativa se encuentran, concordando que la diferencia existe, que ésta importa, que la libertad y el orden social libertario son ideas impensables en algunos lugares del mundo y, yendo aún más lejos,

que es esencialmente sólo en Occidente, en los países de Europa occidental y central y las tierras colonizadas por su pueblo, que la idea de la libertad está tan profundamente arraigada que estos enemigos todavía pueden ser desafiados abiertamente.

La línea que traspasa Hoppe en este punto es una de la que muchos prefieren desentenderse: aquélla donde se acepta que la libertad está íntimamente relacionada con Occidente y con los pueblos (es decir, las naciones y etnias) occidentales. Esto es importante, pues no es suficiente vivir solamente dentro de las fronteras de la hegemonía política y cultural occidental, sino que es la pertenencia a sus pueblos (como hecho étnico) lo que marca la pauta en el respeto cultural hacia la libertad. Así, sería más probable que, a la larga, colonizadores europeos occidentales creen sociedades donde se guarde el respeto por la libertad en la tierra que colonicen (fuera de Europa), antes que, por ejemplo, colonizadores sirios, congoleños o pakistaníes creen comunidades que respeten la libertad dentro del espacio de Occidente.

Los principales enemigos de la libertad serían los componentes del aparato estatal y en particular el “estado profundo”, es decir, la red de servidores públicos que actúan en forma paralela al mandato central para la consecución de sus propios intereses. Si pudiéramos dar un ejemplo de la televisión, Varys y Littlefinger de la serie Game of Thrones actuarían como el deep state que ayuda a mantener las estructuras del reino más allá de la voluntad de los reyes. En segundo y tercer lugar, los otros enemigos de la libertad serían los “edúcratas” y los medios de comunicación masivos, es decir, aquellos intelectuales que son los encargados de mantener la hegemonía cultural, los secuestradores de la mentalidad de las masas para el libre avance ideológico de sus tendencias. Pese a lo ampliamente usado del término, estos “edúcratas” estarían más allá del denominado “marxismo cultural”, promoviendo ideas que justifican la visión neocon del mundo, en otras palabras, el brazo fuerte de la democracia intervencionista interior y exterior. Mientras que el “marxismo cultural” (nombre un tanto sesgado para denominar al humanismo totalitario, i.e., la dictadura de lo políticamente correcto) subvertiría ciertos valores, los edúcratas echarían mano de éstos sólo con fines utilitarios, pues la élite (el Estado, las grandes empresas y los grandes bancos) no tiene intereses valóricos, sino de poder y dominio.

Hoppe critica la excesiva valoración y atención del libertarianismo respecto de lo económico y la escasa comprensión y valoración del aspecto cultural en las relaciones sociales, y profundiza en la estructura de dominación. Refiriéndose a Pat Buchanan y a lo que éste identificó como una guerra cultural sistemática, Hoppe señala que la estructura de poder busca atomizar todos los vínculos sociales orgánicos —que los libertarios tienden a rechazar por considerarlos colectivistas— como familias, comunidades, grupos y naciones genealógicamente relacionadas para lograr el avance de la dominación. Esta guerra cultural es parecida a lo que Jack Donovan denomina como “Imperio de la Nada”[3] en su libro Becoming A Barbarian, que corresponde a una nada, de un gran borrón que ha pasado a ser ocupado por compañías, negocios, multinacionales y personas que día a día se mueven por el culto a Mammón.

Así, el bienestar público y la seguridad social se han transformado en un arma democrática para debilitar los lazos orgánicos, fortaleciendo al estado mientras que el poder de la comunidad es disminuido. Los grupos minoritarios, mediante la victimización, también son instrumentalizados por el Estado para la pulverización del poder de las comunidades y vecindades. ¿Y el problema de los “malos vecinos”? Ni siquiera ha sido evitado ni resuelto por el Estado, sino que ha sido promovido e intensificado por éste. La integración social forzada es utilizada, a través de la inversión de todos los valores, para disolver las fortalezas comunitarias que brinda la homogeneidad cultural, destruyendo así toda barrera que impida el avance del igualitarismo y la democracia — divide y vencerás.

Entonces el rescate de la libertad debe realizarse a través de las figuras de fortaleza que la psicología de la Izquierda detesta, como señaló Theodore Kaczynski en su Industrial Society and its Future: lo blanco, lo occidental, lo capitalista, lo cis-género.

Difiero con Hoppe respecto de la estrategia a seguir para el rescate de la libertad: él considera que la estrategia del cambio social de Hayek —el chorreo cultural que proviene desde las élites hasta terminar en las masas— es fundamentalmente irrealista, y que la estrategia libertaria para el cambio debería ser una populista, es decir, apelar a las masas, saltándose a las élites intelectuales. Sin embargo, Hoppe recurre a estas estrategias populistas para llegar a las víctimas blancas pues, en el caso de Estados Unidos y Europa, éstas son mayoritarias y están en desventaja frente a la instrumentalización de las minorías. Para el caso del Cono Sur, esta estrategia tendría que ser distinta, ya que el apelar a las masas mixtas que serían finalmente el público objetivo del mensaje populista, tarde o temprano podría significar un peligroso aumento del riesgo sobre la continuidad de la hegemonía cultural occidental (ya que la sociedad  no sólo carece de unidad, sino que la alta valoración de la libertad sólo se da en una parte minoritaria de esta sociedad carente de homogeneidad) —léase: El concepto de lo político, de Carl Schmitt.

Notas.

[1] https://www.counter-currents.com/2010/10/confessions-of-a-reluctant-hater/

[2] http://www.washingtonexaminer.com/libertarians-clash-with-richard-spencer-in-dc/article/2615263

[3] https://pancriollismo.com/2017/08/19/el-imperio-de-la-nada/

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